Ya hace unos años que las celebraciones de Navidad en nuestra familia sufrieron un parón, y se tuvieron que adaptar a que mi madre estuviese ingresada en una residencia debido a un Alzheimer mucho más avanzado de lo que nos pensábamos, y sólo pudiese compartir mesa con nosotros el día de Navidad y de Reyes.
Y pasaron a ser unas fiestas diferentes, menos alegres, pero aún así mi padre seguía preparando con esmero una pequeña manualidad que escondía algunas monedas, que en su nombre y el de mi madre obsequiaba a sus nietos, hijas e hijos, como aquel aguinaldo que se entregaba hace ya unos años a barrenderos, carteros, basureros y algún otro profesional como modesto regalo de Navidad.
Este año 2020 que está siendo duro, durísimo, para la inmensa mayoría de la sociedad será aún más especial para nuestra familia: no tendremos el aguinaldo, ya que mi padre falleció hace unos meses después de padecer un vertiginoso cáncer.
Estará presente en cada uno de nosotros con variada intensidad y emoción, y estará presente en las comidas, los dulces, el pan de Cádiz que devoraba y en las copas de cava, que siempre tenían un agujero, porque se vaciaban antes de tiempo.
Y lo haré también recordando todos aquellos otros instantes de vida a su lado y al de mi madre, momentos y experiencias que contribuyeron a crecer como persona. Pese a todo, miraré hacia adelante, orgulloso de todo lo vivido y de haber aprendido a su lado, y dándome permiso para sentir y sobre todo para seguir avanzando.
Porque más allá de las pérdidas, los miedos, las renuncias, la ansiedad y la incertidumbre de estos últimos meses, todos viviremos una Navidad diferente, en la que tendremos que demostrarnos a nosotros mismos nuestra capacidad de adaptación, de superación y de seguir pedaleando con más empeño que nunca.
Tal como decía Albert Einstein, “la vida es como la bicicleta, hay que pedalear hacia adelante para no perder el equilibrio”