Querida Aroa,
Cuando el pasado jueves leí en el periódico que una supervisora enfermera del Hospital Universitari Vall d’Hebron de Barcelona sería la responsable de dar voz a todos los profesionales de primera línea en el funeral de Estado por las víctimas de la COVID19 empecé a sospecharlo.
Así que a primerísima hora te envié un whats preguntadote: ¿eres la escogida? Y tú simplemente me contestaste con un emoticono, jugando al despiste y haciéndome ver que no sabías de qué te hablaba. Pero no lograste disuadirme, por lo que cuando entré al trabajo sabía perfectamente que tú había sido seleccionada para la ocasión.
Saliste con paso firme y decidido hacia el atril desde el que ibas a iniciar tu discurso, sabiendo que llevabas una responsabilidad enorme en los hombros. Pero no te amedrentaste, ¡al contrario! Esto lo sabíamos los que te conocemos desde hace años. En tu carrera profesional, nunca te ha dado miedo aceptar nuevos retos, por más complicados que fueran. En ello ya apuntabas maneras cuando eras muy muy joven y tuve la ocasión de empezar a contar contigo en algunos proyectos profesionales. Nunca tuviste un “no” como respuesta y cuando llegó el momento de separar los caminos, siempre observé, desde la distancia, como crecías como enfermera.
Lejos de mostrar ningún temor, te creciste al mostrar, con voz firme y contundente, los sentimientos que miles y miles de todos los profesionales de primera línea habéis experimentado durante estos meses de pandemia. Y como enfermera no desaprovechaste tampoco la ocasión para visibilizar lo que supone ser y sentirse parte de esta profesión. Lo hiciste de la siguiente manera:
“Ha sido muy duro, nos hemos sentido impotentes con una sensación brutal de incertidumbre y la presión de tener que aprender y decidir sobre la marcha. Hemos dado todo lo que teníamos, hemos trabajado al límite de nuestras fuerzas y hemos vuelto a entender, quizás mejor que nunca, por qué elegimos esta profesión -cuidar y salvar vidas-, aunque muchos compañeros tuvieron que dar su propia vida para ello. Hemos cubierto las necesidades básicas y emocionales, hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas escuchando la voz de sus hijos a través del teléfono, hemos hecho videollamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: “No me dejes morir solo”. Hemos vivido situaciones que dañan el alma porque quién había detrás de los EPIs no eran héroes, éramos personas”.
Gracias, gracias, gracias, Aroa por poner palabras a la voz y a la fuerza de las enfermeras. El sábado leí un perfil tuyo que la periodista Cristina Sen escribió en La Vanguardia, con el título “Aroa López: el orgullo de ser enfermera”. Y ahora soy yo el que te dice a ti -y sé que sabrás perdonarme que lo haga público de esta manera-: Aroa, no puedo estar más orgulloso de ti.
Un abrazo
Josep